24/7/13

Una de 'Trivial Pursuit' (2/2)

Al segundo o tercer día, pedí a un grupo de tercero que anotase en un papel su libro preferido, su canción preferida, etcétera, e hice una ronda por toda el aula, hablando con todos ellos uno por uno. De ese modo descubrí que el peor de todos, el que se sentaba al fondo, el que llevaba un corte de pelo inequívocamente mod y mostraba un gesto de desdén permanente (y que era también, forzosamente, el que tenía un vocabulario más amplio y el que mejor sabía redactar), estaba completamente entregado a todo lo que tuviera que ver con el Arsenal. Di un respingo. Cuando le hice mi correspondiente confesión no hubo ninguna comunicación seria, no se produjo un afectuoso abrazo a cámara lenta; muy al contrario, me llevé una mirada de absoluto desprecio. "¿Tú? -dijo-. ¿Tú? ¿Qué leches sabrás tú de eso?"

Por un instante hice el esfuerzo de verme a través de sus ojos: un imbécil con corbata, con una sonrisa obsequiosa, deseoso de agradar y desesperadamente dispuesto a colarse como un gusano en lugares en los que no tenía ningún derecho de asomar la nariz. Y lo entendí. Pero ocurrió otra cosa: se adueñó de mí una rabia surgida de los trece años que llevaba yo en el infierno de Highbury, una negativa en redondo a renunciar a uno de los elementos más importantes de mi identidad, y menos aún a dejar que quedase desvirtuado, minimizado, y monté en cólera.

La locura que me entró adoptó una extraña forma. Quise agarrar al muchacho por las solapas y zarandearlo contra la pared, gritándole sin parar. Quise dejárselo muy claro: "¡Sé mucho más de lo que tú llegarás a saber en tu vida, mocoso de medio pelo, so bobo!" Pero me di cuenta de que no era aconsejable. Por eso, me quedé en blanco unos instantes, y con gran sorpresa por mi parte (como si las viese con mis propios ojos a medida que las iba barbotando), lancé un torrente de preguntas de Trivial que ni siquiera supe dónde tenía almacenadas. "¿Quién marcó el gol que nos dio la victoria en la final de la Copa de la Liga del 69? En el 72, ¿quién sustituyó a Bob Wilson en la portería cuando tuvo que salir en camilla en un partido en campo del Aston Villa? ¿A quién nos trajimos del Tottenham canjeándolo por David Jenkins? ¿Quién...?" Fue empezar y no parar; el muchacho se quedó en su pupitre, a la vez que las preguntas le rebotaban contra la cabeza como si fuesen bolas de nieve. El resto de la clase nos miraba en silencio, algo perplejos por lo que estaba pasando.

Al final, funcionó, o al menos logré convencer al muchacho de que yo no era el menda por quien me había tomado. A la mañana siguiente, después del partido contra el Manchester City -el primer partido en casa después de mi estallido de trivialidades-, los dos conversamos tranquila y cordialmente acerca de la desesperada necesidad que tenía el equipo de contar con un nuevo centrocampista, y ya no volví a tener ningún problema con él durante el resto de mis prácticas. Lo que sin embargo me preocupó fue que no pude dejarlo pasar, y que el fútbol, el gran retardante, no me había permitido comportarme como un adulto frente a la pulla de un simple mozalbete. La enseñanza, entendía yo, era por definición un trabajo para adultos, y yo parecía haberme quedado atascado en algún lugar cercano al día en que cumplí catorce años: en el mismo curso en que estaban aquellos chavales, así de claro.

Fragmento de Fiebre en las gradas, de Nick Hornby

23/7/13

Una de 'Trivial Pursuit' (1/2)

ARSENAL-MANCHESTER UNITED, 24/2/81

Más o menos en esta época me perdí, así de claro, y estuve extraviado unos cuantos años. Entre un partido en casa (contra el Coventry) y el siguiente (un partido entre semana, contra el Manchester City), rompí con mi novia. Todo lo que desde hacía ni se sabe cuánto se me estaba pudriendo por dentro empezó a supurar y salir al exterior; empecé a hacer prácticas de enseñanza en un complicado colegio del oeste de Londres, y el Arsenal arrancó un empate en el campo del Stoke, aunque cayó derrotado en campo del Forest. Fue muy raro ver trotar a los jugadores aquella tarde, igual que lo habían hecho tres semanas antes: se me ocurrió que deberían haber tenido la decencia de reinventarse, de reconocer que los rostros y el físico y las carencias que había mostrado en el partido contra el Coventry pertenecían a una época muy lejana.

Si hubiese habido partidos todos los días de la semana por la noche, y todos los fines de semana por la tarde, habría ido sin dudarlo, ya que los partidos hacían las veces de marcas de puntuación (aunque sólo fueran comas) entre desoladas frases a lo largo de las cuales bebía demasiado y fumaba demasiado y así me quitaba un peso de encima de manera tan veloz que resultaba gratificante. Ese partido lo recuerdo con gran claridad sólo porque fue el primero; después, empezaron a confundirse unos con otros, y a la vista está que no ocurrió gran cosa en el terreno de juego, aparte de que Talbot y Sunderland metieran a duras penas un par de goles.

Sin embargo, el fútbol había adquirido un nuevo significado en relación con mi carrera profesional. Se me había ocurrido la brillante idea -y creo que se les ocurre a todos los jóvenes profesores de mi cuerda- de que mis grandes aficiones (el fútbol y la música pop en concreto) serían de gran ayuda a la hora de conectar con mis alumnos. Pensé que podría "identificarme" con "los chavales" porque entendía muy bien el valor que para ellos tenían los Jam o el propio Laurie Cunningham. No se me pasó por la cabeza que en el fondo yo era tan pueril como mis aficiones, y que si bien, sin duda, dispuse de una especie de conexión más o menos privilegiada, eso no me iba a servir para ser mejor profesor. A decir verdad, el principal problema -a saber, que en los días más complicados terminaba armándose en el aula un alboroto del demonio- resultó exacerbarse cuando hice gala de mi adscripción a un bando determinado. "Soy hincha del Arsenal", dije con mi mejor talante de profesor majo y enrollado el día en que tuve que presentarme ante un grupo especialmente difícil de alumnos de segundo. "¡Buuuu!", me contestaron ruidosamente, sin cortarse ni un pelo.

Fragmento de Fiebre en las gradas, de Nick Hornby