Cuando una marca tan potente como el legado de Bob Marley, The Wailers, hace acto de presencia en la nave de un polígono industrial cercano para regalarnos su estilo musical, hay que asistir sí o sí. No hay excusas. Así que los Aritzes, Sendoas, Sorbetes, Migueles, Manolos, Fermines y otros que antepusieron la pereza, el trabajo o vaya usted a saber qué coño al concierto, no tienen perdón de dios. Porque es historia viva de la música (el bajista, Family Man, es el único de la banda que tuvo el privilegio de tocar con Marley). Sólo por eso hay que acudir, como Eider, Javi, Marijo y mendas. Te guste o no. Aunque te quedes en una esquina sentado y bebiendo un Mangaroca con piña. O disputando un torneo de txupitos. O lidiando unos extraños vahídos desde el miércoles a base de Dogmatiles. Lo que sea. “Hay que estar ahí”. Como Induráin. Por algo el concierto era en su pueblo. Hace tan sólo una hora, cuatro cervezas con gas, dos gintonics y medio, y cuatro puritos Dux. Buen directo, buen ambiente, buenos temas. Mejor de lo que esperábamos, de verdad. Y más cuando a las 00:01 del 3 de octubre (¡ojo!) ha sonado el Redemption Song. Increíble. Como si Plutón, Saturno y la madre que parió a Marley se hubieran juntado para decidirlo. Para decidir que justo en ese minuto de entrada en los 31 años sonara ese temazo. Sincero. Elegante. Íntimo. Entonces, y sólo entonces, la tarifa pedo ha echado humo (miedo me da la factura del próximo mes). En fin, ustedes se lo han perdido. Y tengan en cuenta que no estamos hablando de movimientos rastafaris, marihuanas o iniciativas oenegenianas de salvamento de ballenas. No. Hablamos de música. De estilo. De diferenciación. Yo sé de unos que ya están planeando el próximo viaje a Jamaica. Ja' man, no problem.